Hay canciones que nacen del estudio y otras que brotan en medio de una conversación íntima. Así nació Funk Love, el nuevo tema del artista y compositor peruano Shyko, que transforma una anécdota personal en una propuesta sonora audaz, donde el funk carioca y la música afroperuana se entrelazan para marcar el inicio de una etapa más libre, íntima y experimental.

Un amor que se escapa, un ritmo que persiste
Funk Love no es solo un ejercicio estilístico: es una confesión disfrazada de beat. La historia detrás del tema arranca con la anécdota de un amigo enamorado y resignado, una escena cotidiana que el artista transformó en materia prima para componer. Lejos de caer en lo anecdótico, la canción se nutre de un lenguaje emocional y una mezcla musical inusual. Al ritmo del funk carioca —callejero y enérgico— entretejido con matices afroperuanos, el tema abre una nueva ventana en su carrera, demostrando que la innovación también puede brotar de lo más íntimo y cotidiano.
La exploración no fue solo lírica, sino sonora. Alejado de la estructura del reggaetón tradicional, Funk Love desafía sus propias fórmulas y se arriesga a crear un híbrido musical con identidad propia. En este cruce de influencias, lo emocional y lo corporal conviven: la nostalgia de una historia no correspondida con la urgencia de un ritmo que invita a moverse.

Visuales que piensan en voz alta
La historia cobra cuerpo en el videoclip que se estrenará este 26 de junio, una pieza dirigida por Luoana Bustamante, cómplice creativa y compañera de estudios del artista en Madrid. Fue ella quien, al escuchar la canción, imaginó una narrativa visual que fuera más allá del cliché amoroso. El resultado es una pieza vibrante, elegante, que retrata no solo el rechazo amoroso, sino el laberinto interno de un protagonista que no puede escapar de su obsesión.
El videoclip —dirigido por Luoana Bustamante— traduce la emoción de la canción en una narrativa visual estilizada y contemporánea. Aunque MercaderLab, reconocida productora con sede en Madrid, no participó directamente en la realización del video, forma parte del entorno profesional donde actualmente se desenvuelve el artista, aportando referencias estéticas y una visión curatorial que nutren su universo creativo. Más que un guion lineal, el videoclip propone una experiencia sensorial: imágenes que se bifurcan entre lo real y lo simbólico, retratando tanto el deseo como la frustración, la euforia como la impotencia.

Oscuridad con brillo propio
En un ecosistema musical hiperconectado, donde la inmediatez amenaza con diluir toda propuesta auténtica, el artista navega con una brújula propia. Si bien reconoce la necesidad de cierta comercialidad, ha optado por construir un estilo donde la oscuridad y la frescura no se excluyen, sino que se entrelazan. Su música no busca encajar, sino insinuar una nueva forma de estar en el panorama: una voz que conjuga introspección con atractivo visual, propuesta con emoción.
Esta etapa creativa no es accidental. Desde el lanzamiento de Funk Love, ha trabajado en silencio en un repertorio que apunta a consolidar un sonido propio. Uno que no obedezca a fórmulas, sino a impulsos genuinos. El reto —admite— es lograr equilibrio: no traicionar la sensibilidad artística, pero tampoco aislarse del mundo.

Sentir antes que entender
Más allá de los géneros y las etiquetas, lo que el artista persigue con cada tema es provocar una reacción visceral. “Transmitir algo”, dice. No importa si es un deseo de bailar o una necesidad de llorar, lo importante es que el oyente sienta. Porque al final, todo arte es una invitación al estremecimiento, una grieta por donde entra la luz o la sombra.
Funk Love es solo el primer acto de una nueva etapa, pero en él ya se intuye una declaración de principios: hacer música que no tema ser vulnerable, que se atreva a explorar el deseo y la confusión, y que, sobre todo, conecte con ese lugar secreto donde el ritmo y el alma conversan en silencio.
Escribe: Romina Polti