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Juan Diego Romero: Coctelería con visión de industria

Para muchos los bares se reducen a estaciones de paso, pero Juan Diego Romero insiste en devolverles su vocación como lugares de destino. Cada uno de sus cócteles, ya sea servido en barra, durante un evento privado o frente a cámara para redes sociales, nace de una pregunta esencial: ¿qué quiero provocar? Su propuesta no se limita al sabor, sino que activa una experiencia sensorial que habla del territorio, de la emoción y del oficio con una elegancia que rehúye de la estridencia.

El cóctel como lugar de encuentro, no de escape

Romero no trabaja con fórmulas prefabricadas, sino con ideas. Para él, el bar no es un refugio de lo cotidiano, sino un punto de inflexión. “Uno no sale a tomar por tomar. Sale a vivir algo distinto”, confiesa. Esta mirada trasciende lo anecdótico y se convierte en manifiesto: la coctelería no como simple oficio, sino como vehículo de conexión y descubrimiento.

En cada servicio —ya sea una barra itinerante, un festival cultural o una colaboración con marcas afines— Juan Diego propone un viaje. Ingredientes con identidad, técnicas depuradas y un hilo narrativo invisible sostienen su propuesta. Todo tiene un porqué: desde la selección de un insumo local hasta la manera en que una copa se posa sobre la mesa. El resultado: una experiencia que no se consume, se contempla.

De los recuerdos al paladar: cuando el cóctel tiene alma

Para traducir emociones en sabores, Juan Diego parte de lo abstracto hacia lo tangible. La nostalgia, por ejemplo, puede vestirse de canela, texturas suaves o aromas que despiertan la memoria olfativa. El amor propio, en cambio, se expresa en contrastes vibrantes, capas de sabor que abrazan y despiertan. Todo se diseña desde la intención.

Su método consiste en pensar primero en la historia: quién cultiva el producto, qué significa ese sabor en un contexto cultural, qué mensaje desea transmitir. De esa premisa nacen los detalles que marcan la diferencia. Un cóctel no solo se bebe. Se recuerda. Se cuenta. Se siente. En su universo, la elegancia no es adorno, sino consecuencia de la coherencia emocional.

La originalidad no como meta, sino como consecuencia

Lejos de la necesidad de “inventar por inventar”, Romero construye desde el respeto. Reconoce el valor de los clásicos y la técnica como base innegociable. Solo dominando el canon, dice, se puede comenzar a desviarse de él con criterio. “La originalidad real parte de tener una razón. Un ‘por qué’ que sostenga la propuesta”, sostiene.

El proceso creativo se alimenta de múltiples fuentes: mercados locales, productores, libros, viajes, conversaciones. Cada insumo, cada sabor, cada historia observada en campo aporta una capa al resultado final. Así, sus bebidas no son un repertorio de mezclas inusuales, sino un compendio de decisiones donde la estética y el contenido conviven sin fisuras.

Visión a futuro: democratizar el oficio, amplificar el legado

Más allá de la tendencia o el reconocimiento personal, Juan Diego proyecta una coctelería peruana que gane protagonismo desde lo cultural, lo profesional y lo económico. No se trata solo de elevar la calidad técnica, sino de comunicar mejor lo que ya existe: talento, identidad y una narrativa propia que aún no ha sido contada del todo. Su anhelo no es ver cócteles peruanos como rarezas exóticas en bares de renombre, sino como parte de una propuesta sólida, coherente y globalmente respetada. Para lograrlo, cree que el camino es similar al que transitó la gastronomía: visión a largo plazo, estructura y estrategia.

En paralelo, sueña con una industria más democrática y expansiva, donde el conocimiento fluya y la cultura coctelera se acerque a más personas. Llevar los productos nacionales a supermercados, licorerías y plataformas internacionales no es solo un objetivo comercial, sino una forma de devolverle valor al origen. Si dentro de tres décadas hay más bartenders peruanos liderando proyectos, más cócteles locales en cartas globales, y una comunidad que entiende este oficio como parte de nuestra identidad cultural, Romero sabrá que su paso —visible, generoso y orientado a expandir— fue parte esencial de ese salto colectivo.

Escribe: Romina Polti