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Punto Náutico presenta renovada carta de temporada

En un distrito donde la competencia gastronómica es feroz, este rincón se distingue por no competir. Solo propone. Y lo que entrega, lo hace con convicción. Rompiendo esquemas y conquistando desde el primer bocado. La nueva apuesta de Punto Náutico, liderada por Óscar Navarro, redefine lo que significa rendir tributo al océano en la capital gastronómica.

Un distrito y una revelación
En la esquina del jirón Luis Varela y Orbegoso 695, dentro del movimiento efervescente de Surquillo, se alza un lugar donde lo marino cobra una forma distinta: menos espectáculo, más contenido. Es un refugio para quienes huyen de lo obvio, para comensales atentos que reconocen la calidad sin necesidad de etiquetas estridentes. El entorno urbano, de calles angostas y puestos tradicionales, rodea esta propuesta como una extensión natural. Nada desentona: ni el diseño sobrio del local, ni la actitud pausada de sus anfitriones. Todo invita a quedarse, a comer sin prisa.

La ambientación, aunque sencilla, comunica una filosofía clara: aquí el centro es la mesa. No hay música estridente, ni vajilla pretenciosa. Solo atención al detalle, servicio cálido y una carta que habla sin gritar.

La sopa que resume una filosofía
Entre todas las especialidades que ofrece la casa, la parihuela preparada con cabrilla entera sobresale no solo por su fuerza de sabor, sino por lo que porque representa. No es una sopa más: es una declaración de principios. Un plato que ha sido afinado tras ensayos, pruebas y memoria. El caldo, espeso y lleno de carácter, guarda la esencia de recetas que nacen en casa y en las embarcaciones. No se busca adornar: se da espacio al tiempo. Tiempo para que las espinas liberen todo el sabor del pescado, que el ají se integre suavemente sin opacar, y para que cada sorbo te transporte al mar, al fuego y a la paciencia de su elaboración.

Quienes la prueban no suelen hablar durante los primeros minutos. Se trata de un alimento que exige atención, como un relato bien contado. No es casual que muchos regresen solo por ella.

Raíces que dialogan con el presente
La carta, sin embargo, no se queda anclada en lo tradicional. La creatividad del chef cruza generaciones. Junto al chupe de langostinos y el aguadito, se presentan opciones pensadas para quienes exploran nuevas combinaciones sin romper con la esencia. Estas preparaciones se sienten actuales no por modernismo, sino por equilibrio. El picante está medido, la sal no abruma, y los ingredientes no compiten entre sí. Cada preparación ha sido diseñada con la lógica de quien conoce los límites de los sabores y los respeta.

Hay un cuidado evidente por el producto, pero también una comprensión del comensal limeño, que hoy valora tanto la memoria como la innovación silenciosa.

Texturas que cuentan historias
La sección de entradas es una celebración de formas y temperaturas. El tartar de trucha, servido con precisión, no busca alardear. Se apoya en la calidad de una materia prima impecable, y en una vinagreta que despierta sin invadir. La causa, ese clásico que a veces cae en el exceso, aquí se sirve con equilibrio y frescura. No es pesada ni disfrazada: es directa, como debe ser. Los langostinos, en sus dos presentaciones —al ajillo y crocantes—, son un ejemplo de técnica y contraste, un juego sutil entre lo crujiente y lo jugoso.

En las preparaciones con pescados enteros, destaca la limpieza en la ejecución. No hay marinadas innecesarias ni salsas que opaquen el producto. Solo el tiempo justo en el fuego, el corte correcto y una guarnición que acompaña sin robar protagonismo.

Mañanas con sabor a mar
Desde temprano, el local ofrece una carta matinal inusual y atractiva. En un entorno donde los desayunos suelen girar en torno al pan con chicharrón o tamales, aquí se proponen variantes que nacen del litoral: pejerrey, huevera, pota frita. Estos sándwiches, servidos con café fuerte y bien cargado, son más que una novedad. Representan un intento por conectar al público con una forma distinta de comenzar el día: con carácter, con mar, con tradición.

Los fines de semana, este servicio temprano se vuelve un secreto compartido entre vecinos, chefs y trabajadores del rubro que buscan buena comida antes de que empiece el trajín. Se ha convertido, poco a poco, en una especie de rito informal entre quienes saben.

Una identidad sin ruidos, pero con alma
Este establecimiento no se promociona con grandes campañas ni necesita colas para demostrar su valor. Se ha posicionado con constancia, boca a boca, y una oferta coherente que no se desarma con el tiempo.
Bajo la mirada firme de Óscar, la dirección de la cocina ha sabido mantenerse fiel a sí misma. El equipo, joven y entrenado, comparte esa misma visión: más allá de la tendencia, lo que se ofrece es fidelidad al producto.

Aquí, lo importante es la calidad, el respeto por el proceso y el gusto por lo bien hecho. Quien llega aquí no encuentra una moda pasajera, sino una experiencia gastronómica constante, genuina y profunda.

Redacción: Romina Polti Pimentel