Hay ciudades donde el tiempo no se acumula: se talla. Arequipa, con su arquitectura cincelada en sillar y su luz andina que pule los contornos, abre sus puertas a una marca que habla el mismo lenguaje de los oficios perdurables. La llegada de Vélez a la Ciudad Blanca no es una expansión comercial: es un gesto de afinidad estética, una declaración sobre lo que significa habitar la belleza con propósito.
En el primer nivel de Mall Aventura, un espacio de 114 metros cuadrados se convierte en escenario de esa conversación entre tradición, diseño y memoria táctil. No se ingresa solo a una tienda: se entra a una narrativa donde cada pieza —un bolso cosido a mano, una bota curtida con paciencia, una chaqueta que parece guardar una historia anterior— revela la filosofía de una casa que entiende el lujo como permanencia.
El cuero como herencia viva
La marca colombiana, con casi cuatro décadas de historia y 268 tiendas en América Latina, ha construido su identidad desde la nobleza del cuero y la exactitud del oficio artesanal. En Perú, donde ya suma ocho tiendas físicas y un canal digital en expansión, Arequipa marca un punto de inflexión: la primera ciudad fuera de Lima en acoger esta propuesta que fusiona raíces latinoamericanas con una sensibilidad global.
“Esta apertura representa un paso muy importante para nosotros”, afirma Jorge Rodríguez, gerente general de Vélez. Más que una declaración de crecimiento, sus palabras resuenan como un mapa emocional: llegar donde exista una cultura que comprenda el valor del detalle, el peso simbólico de la materia y la elegancia sin artificio.
Una tienda que conversa con la ciudad
Para esta apertura, Vélez no impuso su estética: la interpretó desde Arequipa. En el interior del espacio conviven tótems y bandejas elaboradas en sillar, piedra volcánica tallada que ha dado forma a iglesias, casonas y silencios patrimoniales. Es un guiño sutil, casi íntimo, a la ciudad que los recibe. Un reconocimiento de que el diseño no se instala: dialoga.
Ángela Sánchez, directora de la marca en Perú, lo traduce con precisión: “Fusionamos la nobleza del cuero con el oficio artesanal y la riqueza de nuestras raíces para llevarlas a un lenguaje global”. Ese lenguaje, en Arequipa, adquiere un acento nuevo.
Una experiencia pensada para quedarse
El recorrido por la tienda está concebido como una inmersión sensorial más que como un acto de compra. La colección completa —bolsos, botas, chaquetas, accesorios— convive con un servicio que es casi ritual: la personalización. Allí, un nombre, una costura o una elección cromática convierten un objeto en testimonio.
Pero la experiencia no se limita al producto. Vélez ha diseñado una activación especial para este desembarco: una celebración del lujo artesanal, del diseño como identidad y de la moda como relato. No se trata de vender, sino de pertenecer.
Cuando el territorio inspira al objeto
Arequipa no ha sido solo destino, sino inspiración. La campaña de comunicación que acompaña esta apertura fue creada para entrelazar la memoria de la ciudad con la estética de la marca, trazando un puente entre la roca volcánica, la tradición manual y la contemporaneidad discreta del cuero.
Lo que se inaugura no es solo un punto de venta: es una forma de habitar el territorio desde la admiración y la coherencia. Cada detalle —desde la iluminación hasta la disposición de los accesorios— responde a una premisa: honrar sin imitar.
El oficio como futuro
Con esta apertura, Vélez consolida un capítulo estratégico, pero también poético: aquel en el que el oficio trasciende el taller y se vuelve experiencia. En un mundo que acelera, la marca insiste en la permanencia como forma de modernidad.
Porque hay materiales que envejecen con dignidad, ciudades que enseñan a mirar y marcas que entienden que la expansión no se mide en metros cuadrados, sino en la capacidad de arraigo.
En Arequipa, el cuero respira distinto. Y el tiempo —otra vez— se talla.
Escribe: Nataly Vásquez