Hay estudios de arquitectura que transforman. Otros que contienen. Pocos que logran ambas cosas sin alardes ni artificios. El universo de Wendy Legua, arquitecta de interiores y fundadora de Wendyleguarqint & Essencia Espacio, pertenece a esa rara categoría donde la estética no solo decora: cura, acompaña, abraza.
Desde hace más de siete años, Wendy ha cultivado una visión que desafía los moldes tradicionales del interiorismo. No se trata de diseñar espacios bellos, sino espacios que te hagan bien. Lugares que sanen lo invisible, que le den pausa al caos y le devuelvan al habitar su carácter sagrado. Junto a su hermano Daniel, con quien fundó Essencia Espacio, ha desarrollado una propuesta de mobiliario y arquitectura interior que conecta mente, emociones y entorno. Una tríada que resume su filosofía y, también, su revolución silenciosa.

Un enfoque disruptivo
“Mi visión nace de una sensibilidad muy profunda hacia el bienestar emocional de las personas en su entorno”, nos dice Wendy, en una conversación que transcurre como sus espacios: con pausa, con intención, con escucha. Desde pequeña, observaba cómo la luz influía en los estados de ánimo, cómo el desorden podía alterar una conversación, cómo una textura podía cambiar la forma de descansar. Esa percepción temprana fue la semilla de una visión que hoy se ha convertido en sello personal.
En sus palabras, “el verdadero lujo de un espacio no está en lo que muestra, sino en lo que hace sentir”. Y eso se traduce en una metodología que va más allá del briefing tradicional. Wendy y su equipo inician cada proyecto con una etapa de inmersión emocional, en la que no solo preguntan qué necesitas, sino qué sueñas, qué te estresa, cómo se siente para ti un día ideal. Diseñar se vuelve así un acto de introspección compartida.

Diseñar con el corazón en la mano
Su estética es minimalista, sí, pero jamás fría. Los tonos neutros y materiales nobles —madera, lino, piedra— están elegidos no solo por su belleza visual, sino por su capacidad de contener emociones. La arquitectura se convierte en un lenguaje emocional que transmite calma, orden y claridad.
Para Wendy, diseñar es acompañar. “Un hogar no solo debe verse bien, debe hacerse sentir bien”. Y bajo esa premisa, cada decisión técnica —desde la dirección de una ventana hasta la proporción de un sofá— se toma en diálogo con la intuición. Porque en su universo, la técnica sin sensibilidad es un contorno vacío. La intuición es lo que da profundidad, contexto y alma.

El espacio como espejo interior
En un mundo hiperconectado, veloz y saturado, el enfoque de Wendy se siente como una resistencia elegante al ruido. Sus proyectos no buscan impresionar a primera vista: buscan quedarse. Habitar el cuerpo, calmar la mente, acompañar los ciclos vitales. “La conexión entre mente, emociones y espacios será, con el tiempo, cada vez más relevante”, anticipa.
Wendy no ve su obra como una serie de objetos dispuestos con gusto, sino como un gesto simbólico hacia la salud mental y la belleza duradera. Cree en la arquitectura como una herramienta para transformar vidas desde el interior hacia el exterior. Y esa creencia se materializa en hogares que no solo acogen cuerpos, sino también procesos, duelos, celebraciones, sueños.

Una herencia silenciosa, pero potente
Cuando le preguntamos cómo le gustaría que su trabajo sea recordado dentro de cincuenta años, responde con firmeza serena: “Como una invitación a reconectar con uno mismo a través del espacio. Un recordatorio de que la calma también puede ser diseño. Que el silencio también puede ser lujo”.
Es probable que en ese futuro, donde la tecnología se haya vuelto aún más omnipresente y lo fugaz sea moneda común, sus interiores sean apreciados como santuarios atemporales. Espacios donde el diseño no solo resolvía problemas, sino que protegía lo esencial.
Porque al final, Wendy Legua no construye casas. Construye refugios emocionales. Diseña el alma de los espacios, desde un lugar donde el arte no es adorno, sino cuidado. Donde cada proyecto no es una firma más, sino una forma de sanar en silencio.