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Enalta Wine Fest: Etiquetas que unen el mar atlántico y la cordillera andina

Pelousse del Jockey Club de Monterrico se transformó en un escenario donde el tiempo parecía suspenderse. Bajo luces cálidas y murmullos sofisticados, el Enalta Wine Fest del BCP desplegó algo más que etiquetas: una geografía líquida que viajó de Galicia a Mendoza sin despegarse de las copas. Empresarios, clientes y amantes del vino se encontraron en un mismo gesto: levantar la copa y dejar que cada sorbo escribiera su propia cartografía.

Galicia en clave mineral

Con la curaduría de Tyron Import Export, la primera voz de la noche vino desde las laderas escarpadas de la Ribeira Sacra. La Bodega Ponte da Boga presentó sus vinos como si fueran poemas inscritos en piedra. El O Godello Valdeorras trazó líneas limpias, de pureza casi austera. El A Albariño desplegó frescura atlántica, un blanco que parecía contener el rumor del mar en cada gota. Luego, los tintos: el P Mencía, con la sobriedad de la tradición; el Bancales Olvidados Mencía, un homenaje a los viñedos que resisten en pendientes heroicas; el Porto de Lobos Brancellao, más indómito y silvestre; y los profundos Pizarras y Esquistos Mencía, marcados por la mineralidad de los suelos. El cierre llegó con el Capricho de Souson, un vino que honra a la rareza, a lo singular, a lo que no se deja domesticar del todo.

Mendoza, la otra orilla del vino

Desde Argentina, la Bodega Alfredo Roca desplegó una propuesta que conjugaba herencia y audacia. El Parcelas Originales Glera sorprendió con su frescura franca, mientras el Alma Inquieta Cabernet Franc reveló un carácter vibrante, casi narrativo. El Fincas Pinot Noir jugó en registros más delicados, mientras el Reserva de Familia Malbec ofreció el poder sereno de un clásico argentino. El Reserva de Familia Chardonnay-Pinot Noir equilibró elegancia y estructura, y el Fincas Rosé Merlot se insinuó ligero, preciso, como un guiño al hedonismo contemporáneo. El punto más alto llegó con el Preciado, su etiqueta icónica, un vino pensado para la contemplación y la espera, donde cada capa de sabor parecía invitar al silencio.

Un encuentro entre paisajes y copas

Más que un festival, la noche en Monterrico fue un diálogo. Galicia y Mendoza hablaron de terroirs tan distantes como complementarios. Los vinos boutique de Tyron Import Export tejieron una trama en la que se mezclaron historias de ríos profundos, suelos de pizarra, cordilleras inmensas y viñedos familiares. Los asistentes, entre ejecutivos y wine lovers, descubrieron en cada copa no solo un producto, sino la traducción de un paisaje, un tiempo y una manera de entender el mundo.

Cuando la velada llegó a su fin, quedó la impresión de que el vino, más que bebida, fue lenguaje. Una conversación que unió acentos españoles y argentinos en un mismo espacio limeño. Y mientras las copas vacías descansaban sobre el césped, persistía la certeza de haber participado en una noche donde el vino no se explicó: se vivió.

Escribe y fotos: @nasimmubarak