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El Club de Cata: Una cartografía de vinos que disuelve fronteras

La tarde caía sobre la Pelousse del Jockey Club de Monterrico con un aire distinto, casi ceremonial. El césped brillaba bajo la luz tenue mientras el murmullo de las copas entrechocando dibujaba una sinfonía discreta. Allí, en ese escenario donde el vino se convierte en lenguaje universal, El Club de Cata desplegó una propuesta curada que transformó el festival en un viaje sensorial y cultural.

Un mapa líquido de España y Argentina

Los asistentes, empresarios, clientes y entusiastas del vino, se encontraron frente a un recorrido enológico que iba más allá de la degustación. Fue una suerte de cartografía líquida que unía Galicia con Mendoza, Murcia con Agrelo.

De España, llegaron los perfiles minerales y atlánticos de la Bodega Terras Gauda, con su La Mar Albariño y el carácter del Heraclio Alfaro Tempranillo-Garnacha, acompañados por la intensidad del Pittacum Mencía y la frescura del Abadía de San Campio Albariño. La ruta española se completó con la expresividad mediterránea de Ego Bodegas y su El Goru Monastrell, un vino de identidad vibrante.

De Argentina, el protagonismo se dividió entre el refinamiento de Casa Boher, con su Gran Reserva Malbec y un sorprendente Gran Reserva Viognier, y la precisión enológica de Bodega Casarena, con su Cabernet Franc y el elegante Malbec Agrelo 2022. Cada copa era un pasaje, cada sorbo una frontera que se desdibujaba.

El vino como encuentro, la música como epílogo

No era solo un festival, sino una celebración del tiempo compartido. Los invitados se desplazaban entre estaciones como quien recorre galerías de arte efímero, donde cada botella era una pieza y cada etiqueta, una historia. El ritmo del evento encontró su contrapunto en la música: primero con Jean Pierre Magnet y su banda, luego con el desenfado de El Galleta, y finalmente con la energía contagiosa de los Gypsy Kings, encargados de sellar la jornada con un aire festivo y mediterráneo.

El vino y la música dialogaban en perfecta sintonía, creando un clima en el que el hedonismo encontraba su justa medida: ni exceso ni artificio, solo la elegancia de un instante bien vivido.

En la memoria de quienes asistieron quedará no solo la lista de etiquetas o el repertorio musical, sino la certeza de haber participado en un ritual contemporáneo donde El Club de Cata fue guía y anfitrión. Un recordatorio de que, más allá de la cata técnica o el maridaje correcto, el vino se eleva como símbolo de comunidad, de viaje y de permanencia. Y que, al final, cada copa guarda en silencio la promesa de una historia aún por contar.

Escribe y fotos: @nasimmubarak