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Nazca: La propuesta peruana que triunfa en Bogotá

El olor a ají amarillo y hierbabuena sale de la cocina antes que los platos. Bogotá no tiene mar, pero en Nazca —ese rincón limeño que lleva veinte años desafiando la cordillera con memoria culinaria— uno siente que la costa peruana llega en forma de bruma cítrica. No es un restaurante, sino un puente sensorial. Los comensales no piden platos, piden recuerdos. Algunos saben que volverán al cebiche como quien vuelve a un ritual; otros llegan vírgenes al gusto y salen con un país adherido al paladar.

Cocinar lejos de casa sin perder el acento

Desde su apertura en 2005, Nazca entendió que la única manera de conquistar una ciudad ajena era mantener la raíz intacta. “Hacemos alta cocina, pero siempre respetando nuestra base tradicional peruana”, afirman sus creadores. No se trata de réplica, sino de lealtad. Vuelan a Lima para capacitarse, como quien vuelve a fuente para recargar sentido. Así, un bogotano que prueba su lomo saltado podría jurar que está en Miraflores un domingo familiar.

Platos que narran infancia, mercado y abuela

En Nazca no existe un menú: existe una línea de tiempo comestible. “Nuestros platos siempre cuentan una historia, ya sea un recuerdo de infancia, en casa de la abuela o en el mercado”. Tal vez por eso los comensales se quedan más de lo que pensaban. Quien llegó solo por un ceviche termina encontrando una biografía que no sabía que compartía. Dos décadas después, el ciclo se repite: padres que asistían con sus hijos ahora regresan con los nietos. La cocina, en este caso, no solo alimenta: hereda.

El equilibrio entre lo importado y lo adoptado

La autenticidad no se logra solo con nostalgia, sino con materia prima rigurosamente elegida. Hoy, conseguir ají amarillo o camote en Colombia es más sencillo, pero Nazca ha llevado ese acceso a un nivel ético. Trabajan con agricultores pequeños y pescadores sostenibles, equilibrando lo que traen del Perú con lo que abrazan de Colombia. La cocina peruana se mantiene firme, pero se permite un juego sutil con productos locales: diálogo, no traición.

Más que un restaurante: un enclave cultural

Nazca no se conforma con llenar mesas; aspira a llenar imaginarios. “Si bien el ceviche es una buena puerta de entrada, queremos que el comensal entienda que dentro hay una gran variedad de fusiones que siempre sorprenden”. Su misión no es servir platos, sino ensanchar la percepción de lo peruano. En Bogotá, Nazca ya no es solo un punto gastronómico: es una embajada emocional.

El Perú que habita allí no es turístico ni complaciente. Es profundo, mestizo, orgulloso. Se sirve en vajilla, sí, pero sobre todo se sirve en identidad.

Escribe: Nataly Vásquez