Hay lugares que no se inauguran —se encienden. El pasado 10 de octubre, en Surco, una luz ámbar comenzó a irradiar desde la barra de ADN Restobar, un nuevo espacio que no pretende ser un bar más en Lima, sino un manifiesto líquido de lo que significa ser peruano. No hay solemnidad patriótica ni folclor decorativo: aquí la identidad se sirve en copa ancha, con hielo transparente y actitud desafiante.

El aire olía a hierbabuena recién quebrada y a uva destilada con paciencia ancestral. Entre brindis y murmullos, los primeros visitantes descubrieron el cóctel que lleva el nombre del lugar: ADN, una mezcla de pisco Uvina con frutos rojos, limón Tahití y un golpe de ginger beer. Ácido, fresco, inesperado —como ese orgullo peruano que aparece en la garganta sin previo aviso. A su lado, el LUSSO proponía una lectura más contemporánea: pisco Italia, pepino, hierba luisa y agua tónica. Una versión estilizada del Perú líquido, pensada para quienes creen que la tradición también puede ser cool.


Del viñedo a la barra: la herencia que muta en experiencia
Detrás del proyecto están Miguel Faustino y Alisson Barragán, matrimonio y dupla creativa, productores vitivinícolas en Cepa Inka S.A.C.. Ellos no llegaron al mundo de la coctelería a improvisar; llegaron a trasladar un linaje. Lo que antes reposaba en barricas, ahora se expresa en copas con hielo tallado.
Su apuesta no fue abrir un bar: fue diseñar un tercer lugar, ese espacio intermedio entre el hogar y la ciudad donde el tiempo se desacelera y el ritual del brindis se vuelve conversación cultural. En ADN, el pisco no se bebe —se interpreta. Cada receta es una hipótesis sobre lo que significa tener historia en la sangre y futuro en la mirada.


Un refugio contemporáneo con alma ancestral
El interior combina murales inspirados en el arte peruano con grafismos modernos que podrían estar en un club de Brooklyn o una galería en Lisboa. La música no empuja: acompaña. La iluminación no alumbra: acaricia. Nada busca parecer “típico”, porque el nuevo orgullo peruano ya no grita —susurra con elegancia.
La carta gastronómica sigue la misma lógica: no compite con el pisco, lo amplifica. Bocados que saben a costa, sierra y selva sin necesidad de explicarlo. Fusión sin espectáculo. Sofisticación sin rigidez.


Sería fácil llamarlo bar temático, pero estaría lejos de la verdad. ADN Restobar no es un homenaje al pasado, sino una declaración del presente. Un espacio donde la tradición no se respeta: se remezcla. Donde el pisco deja de ser un símbolo y se convierte nuevamente en experiencia.
Porque al final, la identidad peruana no está en los libros ni en los discursos —está en ese instante exacto en que la copa toca los labios y algo en el pecho responde: esto me pertenece.
Escribe y fotos: Nasim Mubarak