Hay aromas que no conocen de calendarios. Cruzan generaciones con la misma discreción con la que una cuchara se hunde en un chaufa recién servido. En Lima, ese aroma tiene nombre propio: Chifa Tití, un restaurante que desde 1958 guarda la memoria de un país en movimiento, en donde la migración se convirtió en encuentro y la tradición en un ritual compartido.

Una historia que empieza en el centro
Cuando William Chan Lau y Juana Chin llegaron a la capital, no traían únicamente recetas. Traían consigo la voluntad de construir un puente entre los sabores de su origen y los ingredientes que ofrecía esta tierra. El primer local, modesto y sin pretensiones, pronto se transformó en punto de reunión: un espacio donde China y Perú dejaron de ser dos territorios para convertirse en un solo lenguaje culinario. Ese lenguaje, mestizo y vital, fue bautizado por los limeños como chifa.


El sabor como herencia
Mantener vivo un legado durante tres generaciones es, en sí mismo, un acto de disciplina y de amor. Hoy, el nieto del fundador continúa la tarea de su abuelo con la misma premisa: no se trata de inventar un espectáculo, sino de conservar intacto el sabor que acompañó a tantas mesas familiares. La permanencia, en este caso, es sinónimo de resistencia cultural. Cada Chi Jau Kay servido los domingos, cada plato de tallarines saltados que une a varias generaciones en una mesa, confirma que la tradición no se estanca: se renueva cada vez que alguien la prueba.


Un nuevo capítulo en La Molina
El 2025 abre una página inédita en la historia de la familia Chan: por primera vez en más de seis décadas, Chifa Tití abre un segundo local, esta vez en La Molina. No es solo expansión. Es un acto de responsabilidad con la ciudad, una invitación a que más familias se sumen al ritual. Llevar su sazón a un nuevo distrito significa, para la familia, replicar la misma constancia y honestidad que ha distinguido a la marca desde sus inicios. “La cocina chifa es una creación peruana”, explica el chef ejecutivo. “Y nosotros hemos tenido el privilegio de custodiarla durante 67 años”.

Un legado servido en cada plato
Hablar de Chifa Tití es hablar de cultura viva. No es únicamente gastronomía: es la historia de una migración que se volvió identidad, de una familia que entendió que la continuidad no se mide en cifras, sino en afectos. Padres que alguna vez llevaron a sus hijos hoy los acompañan como abuelos; nietos que crecieron entre mesas redondas regresan para repetir el mismo ritual.
En esa constancia se encuentra el verdadero lujo: la certeza de que, incluso en un mundo cambiante, hay sabores que permanecen. El menú no solo alimenta: cuenta la historia de un país y de una familia que encontró en la cocina su forma más duradera de hablar de amor, memoria y pertenencia.
Escribe y fotos: Nasim Mubarak