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Don Vito: Una noche italiana en Miraflores

Hay lugares que no solo se visitan: se heredan. Espacios que sobreviven al paso del tiempo sin necesidad de actualizarse al ritmo de las tendencias porque su permanencia descansa en algo más poderoso que la moda: la memoria. En el corazón de Miraflores, detrás de una puerta de madera que resiste como un portal a otra época, Trattoria Don Vito lleva 44 años ofreciendo una versión íntima y eterna de lo que significa vivir a la italiana: comer sin prisa, escuchar antes que hablar, sentir la música como si fuera un ingrediente más en el plato.

Donde la cocina acaricia al oído

Cada velada en Don Vito comienza con el sonido de la vajilla, un murmullo suave que anuncia la llegada de la pasta artesanal, elaborada en el propio taller del restaurante como lo dicta la tradición: harina de trigo especial, huevos frescos y paciencia. En la sala principal, violines y violonchelos se alinean sobre las paredes junto a oleografías, retratos antiguos e instrumentos de cuerda. No son decoración; son huéspedes permanentes. Aquí, la música no irrumpe: respira junto a la comida.

Mientras un mesero enciende el fuego para unas crepes Suzette flambeadas frente al comensal, el aire cambia de temperatura. Spaghetti a la Carbonara, Lasagna Don Vito, Fettuccini Frutti di Mare o el mítico Póker de pastas llegan como fragmentos de un rito familiar que se repite generación tras generación. Algunos llaman al lugar “restaurante”. Otros, con más justicia, lo definen como una casa donde el tiempo decidió quedarse a comer.

Las cuerdas que sostienen la noche

Este 22 de octubre, el salón volverá a encenderse con la presentación del Cuarteto Arawi, conformado por dos violines, una viola y un violonchelo. No será un concierto. Será un diálogo en voz baja entre el arco, el mantel y el aroma del queso gratinado. Una noche concebida no para mirar, sino para sentir con todos los sentidos alineados.

Un precio simbólico —S/75 por persona— abre la puerta a una experiencia que no se mide en platos ni en compases, sino en esa leve suspensión de la realidad que solo ocurre cuando la música y el buen comer deciden compartir la misma mesa.

Quizás ese sea el verdadero secreto de Don Vito. No intenta sorprender. No busca reinventarse. Prefiere repetir con ternura, como quien cuenta la misma historia una y otra vez porque sabe que alguien, en algún rincón del salón, la está escuchando por primera vez. Y en ese instante —cuando el violín respira al ritmo de la Carbonara— Lima deja de ser Lima, y por un segundo, todos son italianos.

Escribe: Nataly Vásquez