Había una vibración en el aire aquella noche limeña. No era solo el preludio de un desfile, sino el inicio de una conversación entre la moda y la naturaleza. En Terraza Lima Club elevado, sobre el pulso urbano, Gino Amoretti Privé presentó Danza Amazónica, una colección que trascendió la pasarela para convertirse en un manifiesto: la elegancia también puede tener raíces.



La selva como lenguaje de la forma
La propuesta nació del deseo de fusionar el rigor de la sastrería con la fluidez del paisaje amazónico. Sobre el escenario, los trajes se movían con la cadencia del viento entre los árboles; cada pliegue parecía un gesto orgánico, cada textura, una huella del bosque. Los tonos tierra y las fibras ligeras trazaron un mapa sensorial de armonía entre cuerpo y entorno.
Para Gino Amoretti, director creativo de la firma, esta colección representó un homenaje al hombre contemporáneo que se viste con propósito, aquel que entiende que la elegancia no se impone: se cultiva. “Danza Amazónica representa movimiento, energía y conexión”, había afirmado días antes del evento, y en la pasarela esa promesa se cumplió con una precisión casi coreográfica.



La alquimia del detalle
Cada prenda fue un ejercicio de equilibrio entre lo ancestral y lo moderno. Las líneas precisas de la sastrería clásica se diluyeron en cortes más orgánicos, recordando que la verdadera sofisticación surge del contraste entre control y libertad. La colección invitó a mirar la moda no como ornamento, sino como un diálogo entre lo humano y lo natural.
El acompañamiento sensorial vino de la mano de Ginca Amazonian, el gin artesanal peruano que tradujo en aromas lo que la colección expresaba en texturas: madera húmeda, corteza, cítricos, hojas. En las copas, como en las telas, la selva se hacía presente, recordando que el lujo también puede oler a tierra.



Una experiencia que quedó suspendida en el tiempo
La noche reunió a referentes de la moda, la cultura y los medios, entre ellos Asia Sur, Somos y Placeres. Pero más allá del brillo, el evento dejó una sensación de quietud: la certeza de haber presenciado una experiencia donde la elegancia no era espectáculo, sino contemplación.
Danza Amazónica no buscó impresionar, sino invocar. Fue una coreografía de telas, luces y respiraciones que, por instantes, logró algo poco común en la moda contemporánea: hacer visible la sutileza del silencio.


Y cuando las luces se apagaron y el rumor del público se disolvió en la noche, quedó flotando una idea tan simple como poderosa: la verdadera elegancia —como la selva— no necesita ser conquistada, solo comprendida.
Escribe: Nataly Vásquez
Fotos: Alex Dupont