El césped de Monterrico guarda silencios antiguos. Allí, donde la arena vibra con cada galope y el aire parece sostener la respiración del público, la hípica peruana se preparó para una cita con la historia. Hace un año, el ejemplar Manyuz, con la destreza de Carlos Trujillo en la silla, cruzó la meta del Gran Premio Latinoamericano con la autoridad de los verdaderos campeones. Fue la décima copa para el Perú, una victoria que no solo devolvió prestigio, sino también un sentido de pertenencia: ese orgullo compartido que cabalga más allá del hipódromo.



El eco de una hazaña que aún resuena
Las imágenes siguen frescas: la ventaja amplia, la multitud en pie, la bandera ondeando como si abrazara todo el continente. Esa victoria no fue solo deportiva. Fue un recordatorio de que la hípica peruana, con su linaje de caballos y jinetes legendarios, sigue latiendo en lo más alto del turf internacional. Pero en este universo no hay espacio para la complacencia. El título se defiende, nunca se hereda.

Homenaje a caballo Manyuz y a Carlos Trujillo por levantar la Décima Copa Latinoamericana para el país.



El umbral hacia Río de Janeiro
El 31 de agosto, el Clásico Baldomero Aspillaga (G.3) fue más que una carrera: fue una especie de rito de paso. Allí se definió a los ejemplares que portarán los colores del Perú en octubre, en el Gran Premio Latinoamericano 2025 que se correrá en Río de Janeiro. No es solo velocidad lo que se pone a prueba, sino la potencia, la resistencia, la capacidad de imponerse cuando el polvo de la pista nubla la visión y solo queda la voluntad.
Ese día, en el Jockey Club del Perú, el público tuvo acceso libre para presenciar una batalla que brindó tensión, belleza y dramatismo en dosis iguales. Una tarde en la que cada galope fue metáfora del país entero buscando su lugar en la cima.



Más allá de la carrera, la promesa del viaje
La celebración no se limitó a la pista. El Jockey Club ofreció al público la posibilidad de vivir el turf desde otra perspectiva: tres paquetes a Río de Janeiro fueron sorteados, dos el domingo y uno el lunes, para acompañar el evento más vibrante del continente. Una invitación a trasladar la pasión del hipódromo limeño hasta el calor brasileño, allí donde se escribirá el nuevo capítulo de esta historia.



La meta está marcada. El polvo aún no se levanta, pero ya se siente la tensión en el aire. El Latinoamericano no es solo un campeonato: es la metáfora de un país que corre, que resiste y que busca defender lo que ha conquistado con esfuerzo. En Monterrico, el domingo pasado, vimos a los caballos alinearse en la partida. Y mientras el juez levantaba el brazo, supimos que, por unos instantes, todo Perú corrió con ellos.
Escribe: Nataly Vásquez