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SUMMUM 2025: Un encuentro entre tradición y futuro

La tarde caía dorada sobre los muros centenarios del Puericultorio Pérez Araníbar. Entre jardines silenciosos y aire de celebración contenida, más de mil asistentes se reunieron no solo para aplaudir a los mejores restaurantes del Perú, sino para reconocer algo más profundo: la madurez de una gastronomía que empieza a entenderse como responsabilidad, memoria y futuro. No hubo estridencia, sino una elegancia que hablaba en susurros —la certeza de estar presenciando el pulso de una cultura que respira a través de sus fogones.

La excelencia como punto de partida, no de llegada

Este año, Astrid & Gastón encabezó el ranking de los 20 mejores restaurantes del país, consolidando una historia que ya forma parte del imaginario culinario global. Lo siguieron nombres que resuenan como manifiestos: La Mar, Osaka, Mayta, Kjolle, Cosme, Isolina, Mérito, entre otros. Sin embargo, lo relevante no estuvo en el orden, sino en lo que el listado reveló: una escena donde tradición y vanguardia han dejado de ser opuestos para convertirse en diálogo.

El reconocimiento a propuestas diversas —desde cocinas de autor hasta tabernas, pastelerías y chifas— reafirmó algo que el mundo empieza a entender: el Perú no solo es un destino gastronómico, es un lenguaje que se sigue reescribiendo.

Una ceremonia que miró más allá del plato

La narrativa de esta edición no orbitó únicamente en chefs ni restaurantes. Bajo el lema “gastronomía con propósito”, SUMMUM 2025 hizo visible la cadena completa: los agricultores, los productores del VRAEM, las ollas comunes, los ingredientes emblemáticos, los proyectos sociales que sostienen, en silencio, buena parte de lo que llega a las mesas más celebradas.

John Percy Luján Monge fue nombrado Mejor Productor Agrícola. La quinua se alzó como símbolo del país desde la tierra hacia el mundo. Nilda Ircañaupa y Percy Díaz Cuadros, productores de café y cacao, fueron reconocidos no solo como guardianes de cultivos, sino como portadores de futuro. Incluso el pan chuta de Oropesa —con toda su carga ritual y afectiva— encontró un lugar en la narrativa principal.

La ceremonia también rindió homenaje a figuras que han marcado época: Isolina Vargas, Sonia Bahamonde y Rafael Osterling, entre otros. Y en un gesto de madurez sectorial, Palmiro Ocampo fue destacado por su activismo gastronómico, recordando que un plato puede alimentar mucho más que el apetito.

Un espacio de ideas antes que de aplausos

Antes de los premios, la mañana se abrió con reflexiones más que con brindis. Pablo Montalbetti, Marilú Madueño, Jaime Pesaque, Aldo Yaranga, Palmiro Ocampo y otros referentes compartieron una certeza: el futuro de la cocina peruana no dependerá solo de la creatividad, sino del origen, la trazabilidad y la inclusión.

Las mesas redondas giraron en torno a una idea urgente: no basta con conquistar paladares internacionales; hay que sostener los territorios, valorar los saberes y tejer industrias con sentido humano. No fue un congreso académico. Fue un recordatorio elegante de que la gastronomía también es política, territorio y memoria.

El aplauso como acto colectivo

Más de 25 stands dieron vida a una feria silenciosamente vibrante: insumos amazónicos, emprendimientos rurales, propuestas sostenibles, reinterpretaciones de lo ancestral. Entre cada sorbo y cada conversación, se dibujaba un mapa invisible: el de un país que ya no depende de un solo relato culinario, sino de múltiples voces que se reconocen sin competir.

El ranking, lejos de ser una lista, funcionó como un espejo de diversidad. Desde Astrid & Gastón hasta La Patarashca, desde Osaka hasta Chicha, desde Mérito hasta Alegría Picantería Piurana. Costa, sierra y selva sin necesidad de etiquetas ni discursos patrióticos. Solo identidad desplegada con naturalidad.

Un cierre que no busca apagar la luz

Cuando el último aplauso se diluyó en el aire aún tibio, quedó algo que no necesitó pronunciarse: SUMMUM ya no es solo una premiación, es una plataforma emocional y estratégica. Un lugar donde la alta cocina convive con los comedores populares, donde los chefs comparten escenario con campesinos, donde el reconocimiento se parece más a una promesa que a un trofeo.

La cocina peruana sigue celebrándose, sí. Pero también empieza a contarse distinto: con propósito, con territorio, con silencios que dicen más que cualquier slogan.

Y quizás ese sea su mayor futuro —uno que se cocina lento, como todo lo que verdaderamente perdura.

Escribe: Nataly Vásquez

Fotos: Nasim Mubarak