Un líder que transformó la Iglesia con su cercanía, humildad y visión reformista
Un nuevo rumbo para la Iglesia
El 13 de marzo de 2013, la Plaza de San Pedro estaba repleta de fieles y curiosos expectantes. El humo blanco anunció la elección del nuevo pontífice y, minutos después, el mundo escuchó por primera vez el nombre de Jorge Mario Bergoglio como el Papa Francisco. Su sencillez al saludar con un «Buona sera» marcó el inicio de un papado que cambiaría el rumbo de la Iglesia.

Los orígenes de un líder excepcional
Nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Argentina, Francisco creció en una familia de inmigrantes italianos. Su padre, Mario José Bergoglio, trabajaba como contador en el sector ferroviario, mientras que su madre, Regina María Sívori, se dedicaba al hogar y a la crianza de sus cinco hijos. Desde pequeño, Jorge Mario mostró una personalidad reflexiva y una gran empatía con los demás, cualidades que marcarían su camino hacia el sacerdocio.
Durante su juventud, estudió en la Escuela Técnica Industrial N° 27 Hipólito Yrigoyen, donde se graduó como técnico químico. Sin embargo, su vida dio un giro decisivo cuando, a los 21 años, una grave infección pulmonar lo llevó a una profunda introspección sobre su destino. Tras recuperarse, decidió ingresar al seminario diocesano de Villa Devoto, y poco después se unió a la Compañía de Jesús, comenzando su formación como jesuita en 1958.
A lo largo de su formación, Bergoglio se destacó por su inteligencia y disciplina. Estudió Humanidades en Chile, se licenció en Filosofía en el Colegio Máximo de San José en San Miguel y, posteriormente, impartió clases de literatura y psicología en diversas instituciones jesuitas en Argentina. Ordenado sacerdote en 1969, rápidamente ascendió en la jerarquía eclesiástica, convirtiéndose en provincial de los jesuitas en Argentina en 1973, en plena dictadura militar. Durante este periodo, su liderazgo fue crucial para proteger a sacerdotes perseguidos y ayudar a víctimas del régimen, aunque su papel en esos años también generó controversias.
En 1998, fue nombrado arzobispo de Buenos Aires, desde donde ejerció una labor cercana a los más necesitados, recorriendo las villas miseria y viajando en transporte público, una costumbre que mantuvo hasta su llegada al Vaticano. Su humildad, su postura crítica ante el poder y su defensa de los más desfavorecidos lo hicieron una figura influyente dentro del clero argentino y lo posicionaron como un fuerte candidato al papado tras la renuncia de Benedicto XVI en 2013.

Un pontificado marcado por la sencillez y la reforma
El primer Papa latinoamericano y jesuita no tardó en diferenciarse de sus predecesores. Desde el inicio, renunció a muchos de los lujos del papado y se mostró como un líder cercano, preocupado por los marginados. Su encíclica Laudato Si’ marcó un hito en la lucha por el medioambiente, mientras que su llamado a una Iglesia más inclusiva y misericordiosa generó tanto apoyo como resistencia dentro del clero. Francisco también promovió el diálogo interreligioso, reuniéndose con líderes de diversas creencias y enfatizando la importancia del respeto mutuo y la cooperación entre las distintas religiones.
Un compromiso con la justicia social
Uno de los aspectos más notables de su papado fue su enfoque en la caridad y la justicia social. Este se vio reflejado en el apoyo a la erradicación de la pobreza, la defensa de los derechos humanos y la integración de inmigrantes y refugiados. Entre sus acciones más destacadas, lanzó programas de ayuda a refugiados en Europa, promovió la condonación de deudas de países en desarrollo y condenó la explotación laboral.
Su fuerte postura contra el capitalismo descontrolado y la explotación de los trabajadores lo convirtió en una figura admirada por muchos sectores progresistas, aunque también generó críticas de quienes lo consideraban demasiado liberal para la Iglesia tradicional.
En su lucha por la equidad, el Papa Francisco promovió la participación de la mujer en la Iglesia, ampliando su rol en distintos organismos eclesiales y abriendo el debate sobre su papel dentro del sacerdocio. Aunque no llegó a cambios estructurales en este sentido, su apertura al diálogo representó un paso significativo.

Un líder global en tiempos complicados
Francisco se convirtió en una figura política y espiritual de peso mundial. Desde su mediación en el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba hasta su firme postura en favor de los refugiados y los pobres, su papado se distinguió por su lucha contra las desigualdades. Sin embargo, también enfrentó críticas y desafíos, especialmente en su manejo de los escándalos de abuso dentro de la Iglesia. A pesar de los esfuerzos por implementar reformas, su lucha contra los abusos eclesiásticos estuvo marcada por avances y retrocesos, lo que le valió tanto elogios como cuestionamientos.
En materia de geopolítica, sus viajes apostólicos a lugares de conflicto, como Oriente Medio y Myanmar, lo posicionaron como un mediador en crisis internacionales. Su defensa de la paz y su llamado constante a la unidad entre las naciones lo consolidaron como una de las voces más influyentes de su tiempo.
Problemas de salud, pero un mensaje de esperanza
En los últimos años, su salud fue una preocupación constante, pero esto no ha detenido su misión de acercar la Iglesia a la gente. Recientemente, ha enfrentado problemas de salud respiratoria, desarrollando bronquitis y una neumonía bilateral, las cuales han requerido atención médica y limitaciones en sus actividades. Sin embargo, sigue transmitiendo un mensaje de esperanza y unidad, instando a los líderes mundiales a trabajar por el bien común.
Su capacidad para conectar con las nuevas generaciones, a través del uso de redes sociales y su cercanía con los jóvenes, sigue marcando una diferencia notable respecto a papas anteriores. Aún con los desafíos que enfrenta, su voz continúa resonando en la Iglesia y en el mundo, recordando que el verdadero poder está en el servicio.
Redacción: Alexandra Jave Calderón