Hay creadoras que documentan su vida; y hay otras que la convierten en una estética habitable. Usma pertenece a la segunda especie. En sus videos, la luz de la mañana siempre entra limpia, los objetos parecen estar colocados por intuición más que por orden, y cada gesto —preparar un café, peinarse antes de salir, atender a una de sus quince mascotas— adquiere la delicadeza de un ritual íntimo. No hay artificio, pero sí una intención silenciosa: demostrar que el estilo no está en las cosas que se compran, sino en la forma en que se viven.

Su historia no empezó con una gran estrategia, sino con una decisión simple y radical: subir un video todos los días. No para ganar seguidores, sino para cumplir con una promesa personal. Lo que para ella eran hábitos básicos, para otros resultó revelación. Allí entendió su verdadero poder: enseñar sin aleccionar, inspirar sin imponer, acompañar sin invadir.
Autenticidad como manifiesto, estética como lenguaje
Lo que distingue a Usma no es el contenido que muestra, sino cómo lo muestra. No actúa natural: lo es. No construye escenarios; simplemente enciende la cámara en medio de su vida. La curaduría sucede como sucede el buen gusto: sin esfuerzo aparente. No hay filtros aspiracionales ni guiones motivacionales. Solo una voz que narra lo que hace y, sin proponérselo, le recuerda a su audiencia que la belleza está en la repetición de lo simple.
Mientras muchas creadoras buscan equilibrio entre lo espontáneo y lo editorial, Usma se rehúsa a elegir. En ella conviven la empresaria que dirige su marca, la joven que documenta su rutina en pijama, la anfitriona que muestra cenas con amigos y la cuidadora de un zoológico doméstico que aparece sin previo aviso en cámara. Su narrativa es múltiple, pero su presencia siempre es una: genuina, inquebrantablemente cotidiana.



Una comunidad que no solo mira, sino que confía
El mayor logro de Usma no es la cantidad de vistas, sino la intimidad que ha construido con quienes la siguen. Sus videos no solo entretienen: sostienen. Hay quienes la miran para aprender a organizar su espacio, quienes la usan como compañía mientras trabajan, y quienes encuentran en su constancia una prueba de que la disciplina también puede ser delicada.
Ella lo tiene claro: su legado no será solo estético, sino emocional. Quiere que cada mujer que la vea sienta que puede. Que puede emprender, crear, cuidarse, reírse de sí misma y volver a empezar todas las veces que haga falta. No posiciona productos, sino posibilidades.
Y aunque el futuro la espera en escenarios más grandes, su promesa es firme: crecer sin perder la esencia. Llevar su estilo a nuevas plataformas, quizás a formatos propios, pero conservar eso que la convirtió en referente sin pretender serlo: la certeza de que la autenticidad bien contada también puede ser aspiracional.


Hay creadoras que aspiran a ser admiradas. Usma prefiere ser recordada como una presencia cálida en la pantalla: la amiga que no grita, que no presume, que simplemente vive —y al hacerlo, inspira.
Escribe: Nataly Vásquez