El sol trepa más lento sobre los picos de la Cordillera Blanca, y en el aire flota un aroma que recuerda a frutos recién recogidos: la primavera se hace líquida en las copas de Morandina. Entre viñedos suspendidos sobre el valle de Caraz, cada botella concentra el carácter de los Andes, la frescura de las alturas y el latido de una estación que invita a brindar por lo sencillo y lo memorable.

Los frutos que dibujan la luz
Blueberry Semi-Seco se presenta con un rojo intenso, vibrante como los primeros rayos que atraviesan la bruma matinal. Cada sorbo resalta los frutos del bosque, equilibrando dulzor y acidez en un baile ligero que acompaña quesos suaves, carnes blancas o postres de chocolate amargo. Es un vino que se sirve frío y despierta sentidos, un guiño de los Andes al paladar urbano.
Goldenberry Seco, en cambio, destella amarillo dorado. Sus aromas cítricos y su frescura lo convierten en aliado de ceviches, ensaladas marinas y almuerzos que se prolongan bajo la luz solar. Hay en él la ligereza de la estación, una manera de beber el día mientras la brisa recorre la terraza y las conversaciones fluyen sin prisa.

Rosas, moras y tardes interminables
El rojo pasión de Frambuesa Semi-Seco invita a tardes entre amigos, a risas que se prolongan junto a tartas de queso o ensaladas frutales. Su acidez y dulzor se equilibran como un paisaje que se despliega con calma, recordando que la primavera es también una ceremonia de disfrute.
Por su parte, Zarzamora Semi-Seco ofrece rubíes con matices violetas, aromas de mora madura y un toque especiado que transforma cualquier cena en un ritual de sensaciones. Carnes a la parrilla, quesos curados o postres de chocolate encuentran en él un contrapunto elegante, un compañero fiel para noches que aún guardan el frescor de la altura.


De la montaña a la mesa
Cada vino de Morandina es un mapa sensorial de su origen. La altura, los suelos andinos y la concentración de berries definen su frescura y color, mientras que la filosofía de la bodega conecta tradición, sabor y estacionalidad. Brindar con Morandina en primavera no es solo abrir una botella: es recorrer el valle, sentir la brisa de Caraz y compartir momentos que se multiplican en la mesa.
En la luminosidad de la estación, cada copa recuerda que la primavera también puede embotellarse, que los Andes tienen su propio pulso y que un vino puede ser la pausa perfecta entre lo cotidiano y lo extraordinario.