En el universo de la nutrición contemporánea, donde los extremos suelen dictar el discurso, Claudia Mantilla emerge como una voz que invita a reconciliarse con la comida. Su tono es sereno, pero firme; su mensaje, profundamente humano. Desde su cocina —ese espacio que es a la vez laboratorio y refugio—, convierte la alimentación en un acto de conciencia estética: una forma de bienestar que celebra el sabor, la belleza y el equilibrio.

“Comer bien no debería sentirse como un castigo”, dice. Y en esa frase parece resumirse su filosofía de vida. Mantilla no enseña dietas, sino relaciones: vínculos más amables entre cuerpo y alimento, entre salud y disfrute. Cada receta que comparte es un gesto de libertad, una forma de recordar que la nutrición también puede ser un acto de amor propio.
Autenticidad, la receta invisible
En tiempos de filtros y narrativas fugaces, su comunidad digital crece desde la coherencia. No promete transformaciones rápidas ni cuerpos ideales; comparte, en cambio, su cotidianidad con la honestidad de quien vive lo que enseña. “No busco imponer un estilo de vida, sino acompañar procesos”, explica. Esa cercanía, esa ausencia de artificio, es lo que la ha convertido en una referencia en bienestar consciente.
Su contenido no es performance, sino práctica. Habla de nutrición con la misma naturalidad con la que habla de maternidad, cansancio o vulnerabilidad. “El bienestar no siempre es perfecto”, confiesa. La coherencia —esa palabra tantas veces ausente en el universo digital— se vuelve su valor más fuerte: lo que muestra es, simplemente, lo que es.


El placer como forma de salud
En un país donde el sabor tiene alma y la comida es memoria, Mantilla defiende el placer como parte del bienestar. Rechaza los dogmas y rescata la cultura culinaria como una expresión de identidad. “No hay alimentos buenos o malos, hay contextos y elecciones conscientes”, señala. En su mirada, el disfrute es también nutrición: una forma de alimentar el cuerpo, pero también la emoción y el vínculo.
Habla del equilibrio con la calma de quien lo ha encontrado: una copa de vino compartida, un postre sin culpa, una mesa llena de risas. En su discurso, la salud deja de ser una meta para convertirse en un modo de estar en el mundo.


La maternidad como punto de inflexión
Convertirse en madre transformó su manera de entender la nutrición. Ya no como un esquema, sino como una conversación entre lo posible y lo necesario. “El bienestar no siempre se ve como lo imaginábamos”, dice. Desde esa mirada más compasiva, Claudia invita a aceptar la imperfección como parte del equilibrio.
La mesa familiar se convierte entonces en un territorio simbólico: ahí enseña a sus hijos —y a sus seguidores— que la comida no debe generar miedo, sino gratitud. Su mensaje, simple pero poderoso, resuena más allá de las redes: nutrir también es enseñar a disfrutar.
La historia de Claudia Mantilla no es la de una nutricionista que enseña a comer; es la de una mujer que redefine lo que significa cuidarse. Entre lo cotidiano y lo consciente, su trabajo recuerda que el bienestar verdadero no se mide en calorías, sino en calma. En un mundo que corre detrás de la perfección, ella propone una pausa: saborear la vida, un plato a la vez.
Escribe: Nataly Vásquez