En una finca envuelta por neblinas y memorias, un hombre decidió volver al origen. No buscaba rentabilidad ni prestigio, sino recuperar un pulso: el del café que respiró su infancia. En Villa Rica, entre los ecos de los cafetos y la voz ausente de su padre, Arturo Marín Salazar empezó a reconstruir una historia que había dormido en la tierra. De esa búsqueda nació Don Salazar Coffee, una marca que no solo sirve café, sino que honra la herencia de un linaje, el deseo de trascender y la belleza de un oficio paciente.

El origen en una taza
“Don Salazar nace de dos motivos muy personales”, recuerda Arturo, con esa serenidad que solo tienen quienes hablan desde la raíz. “Por un lado, mi deseo de emprender y generar un impacto positivo; por otro, una motivación profundamente emocional: mi padre y el legado cafetalero de mi familia.”
La historia empieza en 1942, cuando su abuelo fundó la finca Marín, en Villa Rica. Décadas más tarde, la tierra quedaría en silencio. El fallecimiento de su padre marcó un punto de quiebre y el campo se detuvo, como si el tiempo hubiese olvidado respirar. Hasta que, en 2016, Arturo decidió volver.
Regresó no por negocio, sino por amor. Quería recuperar el lugar donde había sido feliz, donde el olor del café recién tostado se mezclaba con la luz de las mañanas. “Siempre lo vi como recuperar mi hogar”, confiesa. Así nació Don Salazar, con el rostro de su padre en el logo y el apellido de su madre como bandera. Una marca concebida como un homenaje: a la familia, al origen y al café peruano.


Elegancia que no excluye
En un país donde el café ha sido, durante años, una rutina más que una experiencia, Don Salazar apostó por la educación y la sensibilidad. “Sabía que se venía una ola mundial del café de especialidad, y quise subirme a ella educando al consumidor no experto”, dice Arturo.
Así nacieron innovaciones que redefinieron el consumo local —Coffee2Go, Press2Go y los filtros de café que se convirtieron en tendencia—. Pero más allá de los formatos, lo que distingue a Don Salazar es una idea clara: la elegancia no debe ser excluyente, sino inspiradora.
“El lujo no está en el precio ni en la apariencia, sino en la experiencia”, afirma. En el respeto por el origen, en el ritual cotidiano de una taza que lleva consigo la historia de un campo. “Buscamos que cada persona sienta orgullo por el café peruano, como lo siente por nuestra gastronomía.”
En esa misión, la educación no es un discurso, sino un acto. Los baristas son narradores de una cadena invisible que va del cafeto al corazón, del campo a la ciudad. “Una vez que alguien prueba un buen café por primera vez —dice Arturo— ya no hay vuelta atrás.”


Tradición con mirada contemporánea
Don Salazar vive en ese punto exacto donde el pasado se encuentra con la modernidad. Su propuesta reinterpreta los rituales latinoamericanos —ese café con leche de las mañanas familiares, el pan con pollo que evoca la infancia— con un lenguaje nuevo. “Todo el mundo recuerda con felicidad su niñez, y cuando logras conectar esa emoción con el presente, el resultado es mágico.”
Así nacen los Black Cappuccino, Green Cappuccino o el Cappuccino de Turrón, que mezclan nostalgia con creatividad. Detrás de la carta y el diseño, hay una narrativa que une mundos: el alma de Villa Rica y la precisión de Lima.
“Traemos el campo a la ciudad —explica Arturo—, pero sin perder la calidez de sus manos.” Esa tensión entre tradición y vanguardia es lo que da forma al universo visual de Don Salazar: una estética limpia, pero profundamente emocional.
El café, dice él, también enseña a esperar. Desde que se planta el cafeto hasta que produce, pasan años. “Nada realmente bueno nace de la prisa.” Esa frase podría ser el mantra de toda su filosofía.


El eco del legado
El éxito, para Arturo Marín Salazar, no se mide en cifras ni en locales abiertos. “Es hacer lo que amo, honrando el legado de mi familia.” Lo que empezó como una finca recuperada se ha convertido en una marca reconocida en todo el país, pero también en una comunidad que comparte propósito: elevar el café peruano al nivel que merece.
Hoy, Don Salazar Coffee ocupa el puesto 41 entre las 100 mejores cafeterías de Latinoamérica, un logro que llegó antes de lo previsto, pero que confirma una certeza: cuando el propósito es genuino, el reconocimiento llega como consecuencia.
“Más que un punto de llegada, es un punto de partida”, asegura. Los próximos pasos incluyen una nueva carta, una app de recompensas y más proyectos que buscan perfeccionar la experiencia de cada cliente. Pero su visión va más allá del negocio. Sueña con crear un centro de investigación cafetalera en el Perú, un espacio que profesionalice y potencie la industria desde su raíz.

Entre los aromas del tostado y el rumor de la molienda, Arturo Marín Salazar ha construido más que una marca: ha reencendido una historia dormida en la tierra.
En cada taza de Don Salazar hay una promesa silenciosa —la de que el café peruano puede ser arte, memoria y orgullo a la vez. Y que, a veces, basta una taza para volver a casa.
Escribe: Nataly Vásquez