En exclusiva para Signature, el joven investigador y creador de contenido Raúl Jáuregui revela cómo convirtió sus fracasos en una narrativa de cambio. Desde su pasión temprana por la biotecnología hasta su reciente charla TEDx, explora cómo la divulgación científica emocional, accesible y sin adornos, puede transformar vidas en un país donde el conocimiento sigue siendo un privilegio.
De la mermelada de zanahoria al laboratorio
Todo comenzó con una mermelada. A los seis años, Raúl Jáuregui se presentó a su primer concurso de ciencias escolares con un proyecto tan sencillo como original: una mermelada de zanahoria hecha con cáscara incluida. Pero lo que lo hizo destacar no fue la innovación del producto, sino la manera en que lo contó. Lo explicó con claridad, entusiasmo y emoción. Ganó. Y aunque hoy está inmerso en investigaciones biotecnológicas complejas, como su proyecto Soildier contra el estrés hídrico, esa primera lección sigue marcando su camino: la ciencia no solo se aprende, se comunica.
“Entendí que saber no era suficiente: había que saber compartir”, recuerda. Ese impulso infantil por narrar se ha convertido en una propuesta madura, afilada y profundamente humana de divulgación científica para las nuevas generaciones.

La ciencia como puente, no como pedestal
Jáuregui evita autodenominarse divulgador científico en el sentido clásico. No porque rechace el término, sino porque su enfoque trasciende la etiqueta. Sus contenidos combinan ciencia, filosofía, neurociencia y anécdotas personales en un mismo hilo narrativo. ¿Su objetivo? Tender puentes, no levantar tarimas.
En un mundo sobrecargado de información, él opta por la claridad emocional y conceptual. “La ciencia también emociona”, afirma. Y si eso implica contar fracasos, rechazos o la presión de aplicar a becas sin saber si podrá costear el resto, lo hace sin filtros. Porque divulgar —según él— también es abrirse: “La vulnerabilidad bien contada es una de las formas más poderosas de conexión”.
Instagram, caldo de gallina y el síndrome del impostor
Su comunidad digital crece cada día. Y no por algoritmos, sino por una decisión editorial clara: ser auténtico. A través de Instagram y otras plataformas, Jáuregui comparte no solo conceptos científicos, sino también memes, historias personales y hasta fotos comiendo caldo de gallina, uno de sus platos favoritos.
Este equilibrio entre el rigor y lo cotidiano ha convertido sus redes en un refugio para jóvenes que enfrentan la ansiedad académica, el síndrome del impostor o el miedo al fracaso. “Fallar no es fracasar: es aprender de verdad”, insiste.
Y mientras amplifica oportunidades reales —como becas completas, pasantías y programas gratuitos en STEM—, también ofrece asesorías y acompaña procesos de aplicación, entendiendo que en contextos como el peruano, una oportunidad puede cambiarlo todo.

Precisión científica con alma
El rigor es otro de sus pilares. En proyectos como Soildier o desde GIIA (Grupo Estudiantil con Interés en la Investigación en Ingeniería Ambiental), que fundó hace poco más de un año, aplica herramientas como Zotero para mantener bases bibliográficas con fuentes indexadas en revistas académicas Q1 y Q2.
Para él, el acceso no está reñido con la precisión. “La divulgación no tiene que ser menos rigurosa por ser accesible”, explica. Y su propuesta es clara: ciencia que se entienda, pero que también se sienta.
El conocimiento como motor de cambio
Más allá del contenido, hay una ética. Una apuesta decidida por el conocimiento transformador. “No quiero solo que los jóvenes me escuchen; quiero que se atrevan a transformar”, dice con firmeza. Y no se trata solo de motivación: se trata de repolitizar la ciencia, vincularla a la empatía, al territorio, a la memoria y a la desigualdad estructural.
En su visión, los futuros científicos no deben vivir encerrados entre fórmulas y papers, sino dialogar con lo comunitario, con el arte, con la historia. “Podemos movernos en muchos mundos”, afirma, desafiando la lógica de la especialización rígida que aún impera en el sistema educativo.

Una TEDx, muchos futuros posibles
El pasado 1 de agosto, Raúl dio su primera charla TEDx. Eligió hablar desde la ciencia. Desde la biotecnología, los residuos y las soluciones basadas en evidencia. “Fue un pequeño paso, pero representa algo más grande: el derecho que tenemos quienes hacemos ciencia de contar nuestras historias también en escenarios públicos”, reflexiona.
En 20 o 30 años, espera no ser la excepción, sino parte de una generación que rompió con los moldes, que contó sus fracasos tanto como sus logros, y que democratizó el conocimiento sin perder la belleza de lo complejo.
Porque si algo ha demostrado Raúl Jáuregui es que la ciencia —como la vida— se cuenta mejor cuando no se esconde detrás de fórmulas, sino cuando se narra con alma.
Escribe: Nasim Mubarak
Fotos: Nasim Mubarak