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Yorgo Stratouris: El atelier donde vestir es una experiencia transformadora

Hay lugares donde el tiempo parece detenerse, no por nostalgia, sino por intención. Donde cada hilo tiene propósito y cada conversación marca el inicio de una transformación. En ese universo se mueve Yorgo Stratouris, cuya visión de la sastrería trasciende la confección para convertirse en una experiencia íntima, reflexiva y profundamente estética. Desde su atelier, propone algo más que vestir bien: propone reconocerse.

Una pausa en medio del vértigo
«La sastrería a medida es como una parada donde las personas se desconectan de este mundo acelerado», reflexiona. Desde esta filosofía, propone reconectar con lo esencial: el individuo. En su taller, el diálogo reemplaza al apuro y cada encuentro se transforma en una experiencia personal.

El vínculo que se forja con cada cliente trasciende la costura. «Todos sabemos qué queremos, pero lo que necesitamos es sentir confianza para descubrir una faceta dentro de nosotros que quizás no hemos explorado», afirma. Así, cada traje resulta una traducción única de quien lo porta, más allá de lo estético.

El cuerpo como arquitectura del estilo
Lo que alguna vez consideró rígido y estructurado, hoy lo reformula con ligereza. Desde sus primeros pasos en este universo, reimaginó las convenciones tradicionales bajo su propia óptica. «Empecé a trabajar mi estética en base a cómo soy, cómo entiendo la vida, cómo siento», señala. Esa conexión emocional lo llevó a concebir un lenguaje textil distinto.

Apuesta por materiales livianos, acabados que acarician la piel y proporciones pensadas para potenciar la figura. Observa posturas, movimientos y hábitos, transformándolos en patrones personalizados. «Se trata de armar cada pieza sobre el cuerpo, analizando arquitectónicamente de qué forma podemos resaltar el diseño», comenta. La precisión técnica se fusiona con la sensibilidad humana.

Entre herencia y ruptura
Si bien respeta la tradición, no la obedece ciegamente. Su método se fundamenta en escuchar, intuir y adaptar. «Mientras más nos dice el cliente, surgen más ideas de lo que podemos añadir al diseño de sus prendas y accesorios», explica. Esa apertura permite interpretar los códigos del vestir sin encasillarse.

Su equipo no reproduce moldes. Al contrario, plantea versiones alternativas de lo clásico, sin perder sofisticación. «Salirnos de lo establecido nos abre las puertas a propuestas que al cliente de verdad le gusten», afirma. En ese margen creativo, la libertad se convierte en identidad tangible.

Vestir como forma de reconocerse
Más que construir una imagen, busca revelar lo que ya existe. «No diría solo construir, sino encontrar. Todos tenemos una identidad que se encuentra oculta. Una vez que la encontramos, la construimos», expresa. Esa transformación silenciosa se plasma en cada pieza confeccionada. Hoy, su firma transita una etapa de madurez consciente. La búsqueda por evolucionar se mantiene viva. «Tengo la filosofía de no sentirme satisfecho», declara. Esa inconformidad creativa impulsa nuevas formas de expresión, nuevos desafíos.

«El atelier dejó de dar sus primeros pasos hace años, ahora se encuentra dejando la etapa de adolescencia y entrando a la adultez», comparte. Su propuesta refleja una historia tejida con herencias familiares, amistades entrañables y el entorno que lo formó. A través de su oficio, ha construido una razón de ser. Reconociendo que su obra no solo viste: acompaña, transforma y revela la autenticidad de quien la lleva puesta.

Redacción: Romina Polti Pimentel